La democracia debe ser considerada un derecho humano: Francisco Valdés Ugalde
La mala forma de ejercer el gobierno ha generado expresiones populistas que cosechan la simpatía de una buena parte de la sociedad, llegan al poder y ya estando ahí, no solo lo ejercen como antes, sino más despóticamente, más patrimonialistamente y, además, se lanzan contra las instituciones que regulan el acceso al poder, para borrarlos del mapa y quedarse ahí, plantea Francisco Valdés Ugalde.
En entrevista, el reconocido académico del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, refiere que, a escala mundial, los ciudadanos exigen su participación en la toma de decisiones para atender los problemas públicos y el acceso al ejercicio de derechos y bienes públicos, lo cual implica reformas sociales que los gobiernos en turno no están dispuestos a impulsar.
Valdés Ugalde es autor del libro “Ensayo para después del naufragio”, editado por Debate, que está por presentarse en los próximos días, el cual contiene un prólogo del sociólogo Roger Bartra. En él ofrece un análisis de la situación que guarda la democracia y una reflexión sobre los riesgos que enfrenta y sus retos.
En ese marco, plantea que la democracia debería ser considerada un derecho humano, en estos momentos en que parece conducirse hacia un naufragio.
—¿Qué explica la expansión de regímenes despóticos autoritarios?
—Tenemos una gran demanda democrática de inclusión de la ciudadanía en la determinación de las decisiones públicas.
Y para ello, en las transiciones democráticas, como la que ocurrió en México, a finales de los noventa del siglo pasado y durante todo lo que va de este, cambiamos las reglas para acceder al poder, pero no nos dimos cuenta suficientemente de que las reglas de ejercicio de poder que se heredaron del pasado, incluían corrupción, patrimonialismo, despotismo; formas muy atrasadas de ejercer el poder político, y eso empezó a generar un gran descontento.
Lo que nos ha faltado es una reforma del ejercicio del poder en el Estado y que los derechos de la ciudadanía tengan mayor afianzamiento precisamente en la Constitución y en el Estado, no solo para que aparezcan escritas, sino para que los poderes efectivamente cumplan con esos mandatos y normas que se establecen en la Constitución.
La mala forma de ejercer el poder ha generado estas expresiones populistas, que cosechan la simpatía de una buena parte de la sociedad, llegan al poder y no solo lo ejercen como antes se ejercía, sino más despóticamente, más patrimonialistamente y además se lanzan contra las instituciones que regulan el acceso al poder para borrarlos del mapa y quedarse ahí.
—Entonces el problema no es la democracia, sino quienes, valiéndose de la democracia, llegan al poder ¿no?
—Son dos cosas. Uno, quienes valiéndose de la democracia están ahí y, dos, que no hemos llevado a la democracia a permear en serio las estructuras políticas del Estado, de tal manera que se haga justicia, se legisle bien y que los poderes ejecutivos de los tres niveles de gobierno realmente produzcan los bienes públicos que la sociedad requiere.
Por ejemplo, este gobierno actual (el encabezado por el presidente Andrés Manuel López Obrador) dice ser de izquierda y no ha hecho una reforma fiscal.
Tenemos un sector privado que sigue pensando que los bajos impuestos favorecen el desarrollo, porque de esa manera se difunde la riqueza y lo que estamos viendo es lo contrario.
—¿Qué es lo que legitima a este tipo de gobiernos? Pienso en el caso del presidente Andrés Manuel López Obrador, que su gobierno está mal calificado, pero él sigue gozando de alta popularidad.
—Por una parte, la popularidad del presidente está ahí, nadie lo puede negar. Buena parte de esa popularidad se ha ganado por su estilo de gobernar, con sectores de la población que consideran que un hombre fuerte, un caudillo, un personaje de esta calaña realmente satisfaga las expectativas del pueblo. Pero, si vemos en las mismas encuestas, el nivel de aprobación de las políticas de gobierno prácticamente en todos los grupos está reprobado el gobierno.
Creo que existe en el grupo gobernante un gran miedo de que, en 2024, el voto cambie de dirección, por eso quieren evitar las elecciones limpias.
No hay otra explicación para el Plan B (de reformas en materia electoral), más que controlar las elecciones para quedarse en el poder manipulando los resultados electorales.
—En este texto hay una preocupación respecto de las amenazas a la democracia. ¿En dónde está el acento en este trabajo?
—A escala mundial y, en especial en América Latina, estamos viendo un choque entre el conflicto político que, efectivamente, se produce entre partidos, en los parlamentos, en los grupos que disputan la posibilidad de gobernar y las reglas que permiten el avance de los derechos.
La demanda de mayores derechos, de mayores satisfacciones, de mayores bienes públicos, implica reformas sociales que los gobiernos no están atendiendo y, entonces, se dejan manipular y protegen a los intereses más duros, económicos y sociales, que se quieren mantener incólumes en el poder, aunque sean altamente ineficientes.
La agenda democrática tiene enfrente el problema de reformar la forma en cómo se ejerce el poder político, porque en Estados Unidos, Francia, Alemania, Hungría, Turquía, Bolivia, Chile, Ecuador, Venezuela, El Salvador y en México, estamos viendo fenómenos que se parecen mucho. La gente quiere participar en la decisión política y no encuentra que sus representantes sean capaces de llevar a cabo las transformaciones que quieren.
—¿Por qué deberíamos analizar la posibilidad de considerar a la democracia como un derecho humano? Se lo pregunto porque seguramente hay quien diga está tan difícil la situación que a mí no me importa si es un gobierno democrático o autoritario. Yo lo que quiero es que acabe con la inseguridad, la violencia y que genere condiciones para que mi familia pueda prosperar.
—Es cierto, mucha gente piensa de esa manera y lo muestran también las encuestas, pero yo lo que creo es que depende de cómo veamos la democracia.
Si simplemente la vemos como gobiernos electos, o la vemos como un sistema capaz de garantizar la mayor igualdad entre ciudadanos y la mayor equidad, desde el punto de vista de la toma de decisiones.
La democracia siempre ha tomado decisiones por mayoría, distintas formas de mayoría, pero si la mayoría no toma decisiones en favor de la igualdad social, de la igualdad política de todos los ciudadanos, entonces la propia democracia se ve comprometida.
Y es, justamente la democracia, el transporte que nos puede llevar a un cambio de las condiciones sociales.
Esa creencia de que un gobierno autoritario va a resolver mejor los problemas, es en realidad posponer la solución al problema.
Hoy debemos tomar en el centro de nuestras consideraciones lo fundamental del orden de la segunda posguerra que es los derechos humanos, todos, desde los cívicos hasta los políticos, como el derecho a la vida, a la seguridad, hasta los derechos económicos, sociales y culturales, que implican que todos tengamos trabajo, que nadie se quede sin comer, que nadie se quede sin vivienda y sin acceso a la salud y eso implica un gran esfuerzo colectivo.
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