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Tierra de la esperanza

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Tierra de la esperanza

Es mejor esperar que desesperar

Johann Wolfgang von Goethe

México tiene un gran futuro, insistía Yoko Ono hace siete años, días antes de inaugurar una muestra retrospectiva en nuestro país. En todas sus declaraciones, la precursora del arte conceptual explicaba que venía a México a traer la paz:

“México está muy mal, pero en todo el mundo estamos sufriendo violencia. En Estados Unidos también hay asesinatos todos los días. Nos hemos vuelto insensibles al dolor y a la desgracia, por eso vine a traer paz. Se que no va a pasar de inmediato, pero podemos hacerlo juntos”.

Titulada “Tierra de esperanza”, la exposición de Yoko Ono (Tokyo-1933) en el museo Memoria y Tolerancia en febrero de 2016, se organizó en torno a una reflexión sobre la resiliencia que invitaba al público a profundizar y expresar su opinión acerca de la guerra, la empatía, la compasión y la capacidad de perdonar y volver a empezar. La creadora también animaba a los visitantes a sanar sus heridas y regenerarse como lo hace el arte japonés del Kintsugi, al unir piezas rotas de céramica para construir algo nuevo: de lo dividido, una creación. Algo similar al Ave Fénix, que renace de las cenizas.

A principios de 2016 el llamado de paz de Yoko era alentador y operaba como una suerte de respiro. Ayotzinapa estaba muy fresco y, a pesar de que todavía penábamos la desaparición de los 43 y la indolencia de un gobierno incapaz de responder, creíamos que la situación podría mejorar.

El “vivos se los llevaron, vivos los queremos” se repitió por todos lados y llamó una buena parte de la atención durante 2017, hasta que los sismos del 7 y del 19 de septiembre sacaron a relucir el lado oscuro, corrupto e impune de la administración pública.

La muerte de más de 369 personas por el colpaso de miles de edificios construidos fuera de la norma y la desgracia del Colegio Rébsamen, generaron indignación y desconfianza. Cabe agregar que este dolor se magnificó con la reciente y muy mediática disculpa pública, a decir del padre de una víctima, un acto que hace todo menos justicia, por que los culpables continúan libres.

El 2018 llegó con la expectativa de un nuevo gobierno que, lejos de presentarse como una agrupación política, lo hacía como un movimiento de regeneración nacional y una fuerza capaz de legitimar a los olvidados y eliminar todos los males de nuestro país. La realidad muestra un escenario muy distinto a las promesas.

Hoy presenciamos el ocaso del sueño sin mucho entusiasmo. A menos de año y medio para el final del sexenio de abrazos y no balazos, nos hemos acostumbrado a las campañas de difamación, a la desmemoria, a las pugnas internas, a los discursos de odio, pero sobre todo, a las agresiones que se han convertido en cosa de todos los días y que tristemente son un modelo y una invitación a proceder de la misma manera ¿Por qué no ofender y desprestigiar si esto se ha vuelto una práctica oficial?

En 2023, la tierra de la esperanza de Yoko Ono es un México dividido y desbordado de acusaciones: ¿Qué confianza puede haber en un país donde los políticos se dedican a responsabilizar de todo mal a sus predecesores? ¿Qué decir cuando el Águila Azteca, premia lo condenable y deja de reconocer lo valioso? ¿Qué deben sentir los ciudadanos cuando un sistema médico con áreas de oportunidad, pero funcional, es desmantelado y deja de cubrir sus necesidades básicas de su salud?

Aunque no esté comprobado científicamente, a los mexicanos nos duelen las malas palabras. Nos hieren las heridas de otros y nos oprime la desatención.

Evoqué a Yoko Ono por la urgencia de su mensaje. Recuerdo que, cuando el entonces jefe de gobierno le entregaba las llaves de la Ciudad de México, ella las recibía comprometiéndolo a que propiciara la concordia y la no violencia.

Sería fantástico que sus palabras resonaran hoy, obedeciendo a la universalidad del arte, pero también de la bondad.

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