¿Puede Occidente atraer a África?
En los últimos años, la falta de compromiso de Occidente con África dejó un vacío que China y Rusia llenaron con entusiasmo. Estados Unidos y Europa todavía pueden reparar las relaciones y, por primera vez en mucho tiempo, parecen decididos a intentarlo, pero solo aprovechando sus puntos fuertes
WASHINGTON, DC – Estados Unidos por fin ha comenzado a prestarle atención a África. Pero, pese a los últimos intentos de acercamiento (la Cumbre de Líderes de Estados Unidos y África de diciembre y la gira continental de diez días que hizo el mes pasado la secretaria del Tesoro de los Estados Unidos Janet Yellen), no se percibe una estrategia -digna de este nombre- en las relaciones con el continente. E idéntica carencia caracteriza a la Unión Europea.
El renovado interés de Occidente en África tendría que haber comenzado hace mucho. Al continente le corresponde un papel esencial en los asuntos internacionales, en particular por su enorme importancia para el crecimiento económico mundial futuro y la transformación energética verde; importancia que deriva de su urbanización acelerada, del perfil juvenil de su distribución demográfica y de la abundancia de depósitos de minerales y tierras raras. Son claros motivos, todos ellos, para que Occidente alcance una relación sostenida y consistente.
Pero estos últimos años, los contactos entre África y Estados Unidos han sido esporádicos, y centrados en cuestiones de seguridad. La última cumbre entre Estados Unidos y África se celebró hace casi diez años, y ningún presidente estadounidense ha visitado el continente desde 2015. Donald Trump mostró poco interés en África durante su mandato: su manifiesto desdén hacia el continente llevó la relación diplomática entre Estados Unidos y África a niveles mínimos.
Al tiempo, y a pesar de iniciativas muy publicitadas, el comercio entre Estados Unidos y África se ha derrumbado de 142,000 millones de dólares en 2008 a 64,000 millones en 2021. Para citar algunos ejemplos, la Ley sobre Crecimiento y Oportunidades para África aprobada por Estados Unidos en 2000 provee a los países subsaharianos que cumplan sus requisitos acceso libre de aranceles al mercado estadounidense para algunos productos; y el programa “África Prospera” de 2019 busca duplicar las cifras de comercio e inversión entre Estados Unidos y África. Pero ninguna de las dos iniciativas ha estado a la altura de sus promesas.
La UE, por su parte, ha mantenido una sólida relación comercial con África. Pero no ha logrado aprovecharla para profundizar la relación en otros ámbitos. No ayuda el hecho de que Europa haya seguido una política energética manifiestamente hipócrita en África. O que junto con Estados Unidos, desarrollara una diplomacia desastrosa en la cuestión de las vacunas, o políticas de desarrollo supeditadas en ocasiones a condiciones inviables.
Occidente recibió un aldabonazo en marzo del año pasado, cuando 25 de los 54 países africanos se abstuvieron o directamente no participaron en la votación para una resolución de Naciones Unidas que exigió a Rusia poner fin de inmediato a sus operaciones militares en Ucrania. El presidente francés Emmanuel Macron tildó la decisión de hipócrita. Pero en un continente que ha visto muchas veces a las grandes potencias del mundo usar el derecho internacional al servicio de sus propios intereses, las críticas occidentales a Rusia sonaron artificiosas y los países africanos exhibieron su falta de interés en tomar partido.
Además, mientras Occidente descuidaba la relación con África, Rusia y China han desplegado gran actividad y profundizando lazos. Algunas élites europeas todavía tienen que entender, por ejemplo, que la reciente retirada francesa de Mali, tras casi una década de apoyar la lucha de su gobierno contra fuerzas yihadistas, permitió al Grupo Wagner ruso consolidar su presencia en el Sahel y convertirlo en un segundo frente contra Europa. Rusia también ha usado la desinformación y los eternos lugares comunes sobre el colonialismo para alentar un sentimiento antifrancés y antieuropeo en toda África, lo que aumenta el coste político para cualquier líder africano que quiera estrechar la relación con Occidente.
Pero el país que con más vigor ha cortejado a África estos últimos años ha sido China. La ambiciosa Iniciativa de la Franja y la Ruta le ha permitido ampliar su presencia económica en el continente. Su comercio con África alcanzó un récord de 254 000 millones de dólares en 2021, aproximándose a su objetivo de superar a la UE como principal socio comercial de África en 2030. También ha conseguido numerosos acuerdos valiosos en el área de la minería que fortalecen su control de las tierras raras.
China ha aprovechado su influencia económica para promover sus objetivos diplomáticos, en particular, asegurar que los gobiernos africanos no reconozcan al gobierno de Taiwán. En marcado contraste con Estados Unidos, China destacó a su ministro de asuntos exteriores a África casi todos los años desde 1950.
Además, China ha cuidado particularmente su relato para la región. Un documento publicado en 2021 con el título “China y África en la nueva era: una sociedad de iguales”, declara: “En su cooperación con África, China aplica los principios de dar más y recibir menos, dar antes de recibir y dar sin pedir nada a cambio”. Una crítica apenas encubierta contra los antiguos colonizadores de África (y el corolario narrativo de saqueo) que, por descontado, no hace mención alguna a las prácticas comerciales predatorias que China usa en el continente.
Frente a estos acontecimientos, Occidente no prestó mucha atención ni planteó réplica, para lo que hubiera bastado denunciar la diplomacia china de la trampa de deuda. El resultado, en la práctica, es el distanciamiento entre África y Europa/Estados Unidos. La pregunta ahora es cómo restablecer el vínculo.
A pesar de la promesa que formuló Estados Unidos en la cumbre de diciembre de enviar 55 000 millones de dólares en ayuda económica, sanitaria y de seguridad en los próximos tres años, es difícil que las potencias occidentales puedan igualar la gran disponibilidad de fondos con que cuenta China. Y tampoco deberían intentarlo. Como bien muestra Rusia, el comercio y la inversión no son fundamento necesario para las buenas relaciones. Desde una inversión apenas nominal en el desarrollo de África, Rusia ha establecido profundos lazos educativos, culturales y diplomáticos con el continente durante la Guerra Fría.
Estados Unidos debe reconocer el potencial que tiene su dinámica población de migrantes africanos para servir como puente con el continente. El recientemente anunciado Consejo Asesor sobre la Relación con la Diáspora Africana es un loable paso en esa dirección. También son valiosas aquellas iniciativas que reflejan un reconocimiento del papel crucial de África en la escena internacional, por ejemplo, el aval formal del presidente de los Estados Unidos Joe Biden al ingreso de la Unión Africana al G20.
La UE, por su parte, no debe ceder a la presión de adoptar un marco transaccional de cara a un continente que ya duda de sus intenciones. Por el contrario, Europa debe aprovechar sus fortalezas, por ejemplo usar su poder normativo para ayudar al continente a enfrentar el discurso de odio y la incitación a la violencia en línea, ahora que las redes sociales están bajo investigación por su papel como instigadoras de la violencia política.
En un plano más general, Europa y Estados Unidos tienen que ocuparse de los temas que interesan a los africanos, con creatividad, habilidad y pragmatismo diplomáticos. Y en este sentido, Occidente tiene mucho que aprender de sus dos principales adversarios.
La autora
Ana Palacio fue ministra de asuntos exteriores de España y vicepresidenta sénior y consejera jurídica general del Grupo Banco Mundial; actualmente es profesora visitante en la Universidad de Georgetown.
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