¿Cómo aprendí el significado de ayudar en medio de una crisis económica?
No hace mucho aprendí el significado de la palabra ayudar. Me di cuenta de que todo lo relacionado con el concepto que tenía de este sencillo y engorroso vocablo estaba muy alejado de mi semántica —pienso mientras observo la transformación nostálgica y subliminal de los colores del cielo, de naranja a rosa, luego morado y, finalmente azul marino—.
Siempre creí que ayudar estaba relacionado con sentirse mejor persona y que los practicantes inscritos en esta olvidada disciplina buscaban que la sociedad funcionara a la old school. Obviamente este verbo tiene mucho que ver con pensar en los demás antes que en ti y eso es algo inconcebible para la mentalidad actual. Y yo, yo soy muy contemporánea, señores.
Ayudar es algo que ya no viene en el ADN de las generaciones actuales que protestamos y cuestionamos lo establecido por el simple hecho de existir. En busca de libertad, combatimos nuestros miedos y evadimos las obligaciones porque nos sentimos con el derecho de.
He escuchado como muchas personas usan el término ‘ayudar de corazón’ o ‘sentir cosas de corazón y no por obligación’. Pero sigo sin entenderlo del todo. Vaya, no creo que nadie en su sano juicio a estas alturas de la vida, quisiera desprenderse de sí mismo y de sus bienes sin algo a cambio. Todo el que tiene los medios para ayudar, busca el regocijo entre su comunidad o ante sus seguidores.
Yo la mera verdad vengo a quejarme de todo lo que conlleva la palabra ayudar porque no es algo tan bonito como nos hicieron creer, pero podría ser algo más efectivo que las nalgadas de nuestros progenitores.
Tampoco pretendo espantarlos, queridos lectores, pero es que, a veces ayudar duele. Yo terminé aprendiendo todo lo que implica el término cuando ayudé a un perro callejero. Sí, sí, ya sé que parezco campana de repetición —por si no me has leído, dale clic aquí, donde te cuento la triste y costosa historia—.
Resulta que cuando atropellaron a ese animalito —que ya pertenece a mi ejército de lomitos, los que me defenderán en el apocalipsis extraterrestre—, yo pensaba que la ‘ayudita’ sería mínima. Ya saben, un poco de suerito por aquí, una venda y unas pastillitas por allá, pero, oh, cuán equivocada estaba. ¿Cuánto podría gastar en un perrito atropellado, doctor veterinario? Quizá mil pesos, como cuando mis papás adoptaron a Caramelo, ese espécimen que no se cansa de romper mi ropa carísima de París.
Sin embargo, el destino de mi dinero tomó un giro inesperado y tenebroso porque me quedé sin ahorros. Digo, no es que tuviera una cuenta bancaria rebosante, pero ninguno de los que sabe la cantidad, aplaudió mi decisión. Por el contrario, hay quienes me tacharon de ‘estúpida, tu dinero, idiota’.
A lo que voy es a cómo limitamos los conceptos con base en el pasado o en lo poco que hemos aprendido de la vida. Ayudar no es algo matemático, ni tampoco social. El significado que tomó para mí esta palabra se volvió muy personal y hasta afirmaría con certeza que se trata de algo inconmensurable e ininteligible para el humano común, como yo, quien solo aspira a la efímera tranquilidad.
Siempre he odiado cuando mi rutina cambia y se vuelve más pesada. Me niego a aceptar que la vida es difícil y no hay un motivo detrás. Por eso me encuentro escribiendo esto porque me costaba comprender el significado de ayudar a un ser que muchos ven como ‘una carga sin sentido’, mientras que para otros pet lovers es una compañía inigualable.
En mi casa ya había cuatro perritos, pero con la llegada de Ramoncito, mi heredero y dolor de cabeza o de gastritis —dependiendo de los achaques del momento—, entendí que el verbo ayudar era ilimitado y contraproducente porque terminabas debatido al no poder dosificar la ayuda que pretendías dar porque, siendo honestos, ¿a quién le gusta prestar cinco pesos y que la vida te responda ‘pero yo necesito mil’?
Quizá todos estamos destinados a ser eternos mentirosos, pretendiendo que sí queremos, pero en el fondo no sabemos exactamente qué queremos. Además, la vida es eso que pasa, justo mientras reflexionamos esto.
Ayudar también terminó siendo para mí un sinónimo de aprendizaje porque al ser la beneficiaria oficial de dos operaciones de fémur y un mes de hospitalización de Ramoncito, comprendí mejor que esta palabra va más allá de sentirte bien porque estás siendo ‘bueno’.
Ayudar duele. Hacer de lado tus planes por ayudar se convierte en una carga emocional latente. Ayudar no significa que todo mejorará y saldrá como lo tenías en mente. Ayudar puede romper con tus ideas y enseñarte que tus pretenciosos esfuerzos son tan solo una cuarta parte de la avalancha que se te avecina. Algo así como el efecto mariposa, pero con final feliz, no como en la película.
En fin, terminé entendiendo que ayudar a Ramoncito no fue algo que le sirvió a él, o sea sí, porque un conductor distraído, por no decir otra cosa, le rompió la pata y lo dejó en plena lluvia ahí frente a mi casa, pero yo fui más beneficiada al poder experimentar un desprendimiento absoluto, que aún continúa porque este acontecimiento no solo ocupó una considerable suma de mi bolsa, sino también requiere de tiempo y mucha paciencia, lo que disminuye el egoísmo innato de una hija única que le seguirá reclamando al destino todas las noches , pero en el fondo sabe que perder el control, redescubrirse mezquina e inconforme cada mañana y ver crecer y mejorar a Ramón son de las mejores cosas que le pudieron haber pasado en la vida.
Es irónico que un animal me haya enseñado a comprender más el verdadero significado de la palabra ayudar, pero mi vida es un chistecillo mal contado, así que no me sorprende en absoluto.
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Interiores: Giphy y Fernanda Meneses Herrera