La libertad guiando al pueblo
“Porque somos optimistas luchamos. Porque tenemos esperanza en un destino somos críticos. Pero no aceptamos el optimismo autoritario ni la esperanza sin pensamiento crítico.”
Pablo González Casanova
“Una alianza para la comunicación nacional”, 1983.
Poderosa, la libertad se acomoda con esfuerzo en la cima de una pirámide humana. Ha llegado ahí para guiar al pueblo hacia una vida mejor, quizá esto explica la fidelidad de éste, que la sigue sin cuestiones, estoico ante la penurias y decidido a luchar hasta la muerte por el sueño.
Como todos los símbolos hechos para perdurar, la alegoría de la libertad ocupa a una bella mujer con el busto descubierto. Va desnuda por que es libre y por que la verdad no tiene nada que ocultar. Es por esto que su marcha convoca igual a militares que han cambiado de bando que a mujeres, trabajadores, mendigos en harapos, elegantes burgueses e incluso a representantes de la más rancia aristocracia.
A pesar de la relación que esta imagen guarda con escenarios registrados o que vemos venir, lo que arriba se describe es “La Libertad guiando al pueblo” (La Liberté guidant le peuple), del pintor francés Eugene Delacroix (1798-1863). Realizado en 1930, éste es el primer cuadro político de la pintura moderna.
La historia de esta obra es tan romántica como su momento y debe su celebridad a que el pintor inmortalizó un evento contemporáneo en un contexto de absolutismo y represión a todo lo que no fuera decreto oficial. De hecho, la llama de la Revolución de 1830, que se encendió en París a causa de la censura a la prensa de la monarquía autocrática de Carlos X y que, sin lograr la Republica, instauró al rey burgués Luis Felipe de Orleáns, corrió por Bélgica, que consiguió su independencia de los Países Bajos y llevó las ideas nacionalistas a Polonia, al Imperio Austríaco, Alemania e Italia.
En su compromiso con la verdad y la historia, la exaltación de libertad de Delacroix no hacía más que traer a la luz a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Cuidadano de 1789, nacida entre mares de sangre y los cuerpos guillotinados que mancharon la esencia de la Revolución Francesa.
En sus líneas, esta declaración, que nutrió de forma de forma significativa a la de 1948, instituía derechos “naturales e imprescriptibles” como la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión, tambien asumía la voluntad general y el bien común, al asentar que los derechos de un hombre solo podían limitarse caundo arriesgaban los derechos de otros, reconociendo con esto la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y la justicia.
Algo interesante: la declaración de 1789 tambien afirmaba el principio de la separación de poderes, esto para que el gobernante en turno procediera de acuerdo a una legislación dictada por el pueblo e incluyera a un poder judicial capaz de velar por el cumplimiento de las leyes y administrar la justicia.
La universalidad del arte resignifica la ruta romántica de Delacroix. Tejida a partir del sentimiento, los cuestionamientos sobre la fragilidad del hombre ante lo exultante de la naturaleza, en un preámbulo de lo que hoy se siente ante la inminencia de un cambio climático que amenaza con desaparecer poblaciones enteras, la sinceridad, e incluso la fe en un futuro mejor, la marcha del pueblo guiada por la libertad sigue cobrando sentido.
Al igual que los franceses de 1830 y muchos otros pueblos que pugnan hoy por una libertad que se les ha escapado de las menos, los mexicanos tenemos mucho que hacer. No se puede eliminar un valuarte tejido con anhelos y dolores y años de lucha. La democracia en México es una narrativa compleja que nació del pensamiento y la lucha de juristas, pensadores, políticos y sociólogos de valor como Jesús Reyes Heroles, Pablo González Casanova y José Woldenberg.
Si queremos seguir saliendo a votar y que nuestro voto cuente, marchemos o hagamos algo al respecto. Solo así la libertad continuará guiando al pueblo.