La realidad del desarme de inversiones en Rusia
La guerra de Rusia es un caso de prueba de la voluntad de las empresas de romper los lazos transfronterizos que se han ido profundizando desde la caída del Muro de Berlín. Si bien la mayoría de las corporaciones occidentales con negocios en Rusia han anunciado planes para salir del país, los datos muestran que muy pocas lo han llevado a cabo
SAN GALO/LAUSANA – La invasión rusa de Ucrania no deja de tener repercusiones en las salas corporativas de todo el mundo. Como ya no se puede dar por sentado un contexto de paz y estabilidad geopolítica, dos pilares implícitos de las estrategias internacionales de muchas empresas han comenzado a fracturarse. Los gobiernos occidentales, más sensibles hoy a la influencia de los funcionarios de seguridad nacional, están exigiendo a las empresas locales desvincularse de los regímenes autocráticos.
La horrorosa guerra no provocada de Rusia es un caso testigo de hasta qué punto las empresas están dispuestas a deshacer lazos transfronterizos que se han ido profundizando desde la caída del Muro de Berlín. La Unión Europea y los países del G7 impusieron sanciones a Rusia desde temprano, y las empresas occidentales con filiales en ese país han estado sometidas a importantes presiones para que desinviertan. Pero lo que realmente importa es el grado de desinversión real.
En una investigación que hemos publicado hace poco, nos proponemos responder a las siguientes preguntas empíricas: en los primeros nueve meses desde la invasión, ¿hasta qué punto las empresas occidentales deshicieron inversiones en sus filiales rusas? ¿Cuál es el perfil empresarial de las que se fueron en comparación con las que se quedaron? ¿Y existen diferencias según la nacionalidad de las empresas?
Al iniciar nuestra investigación, no sabíamos qué esperar. Por un lado, la narrativa de los medios que habla de un éxodo masivo desde Rusia nos inducía a pensar que hallaríamos un alto grado de desinversión de las empresas occidentales. Por otro lado, moderaban nuestras expectativas precedentes como el de la campaña de tiempos del apartheid con la que se intentó persuadir a las empresas occidentales de abandonar Sudáfrica.
Para definir con claridad a las empresas extranjeras que operaban en Rusia al momento de la invasión, comenzamos por identificar a filiales rusas de empresas registradas en países que promueven la campaña de sanciones, usando para ello la muy estimada base de datos ORBIS. Luego concentramos el análisis en los casos donde la salida fue total, quitando las suspensiones de actividad temporales o los meros anuncios de intención de salir del país. Al fin y al cabo, puede ocurrir que en última instancia muchas de esas promesas no se cumplan; y una mera suspensión de operaciones implica que la empresa sigue teniendo obligaciones importantes con actores locales, por ejemplo, el pago de impuestos, contratos laborales o relaciones con proveedores.
Nuestro principal hallazgo es que a fines de noviembre de 2022, solo el 8.5% de las empresas registradas en la UE y en el G7 habían desinvertido por completo en al menos una filial rusa. Pero según cómo se use e interprete la información pública disponible sobre las empresas, es defendible hacer estimaciones de entre un 5 y un 13%. También hallamos que las empresas que se fueron tienden a ser menos rentables que las que se quedaron y a tener plantillas laborales de mayor tamaño (lo que las pone más a tiro de las campañas de desinversión). Además, las tasas de salida fueron diferentes según el país. Por ejemplo, a fines de noviembre de 2022 se había ido de Rusia el 15.8% de las empresas estadounidenses, pero solo el 5.3% de las alemanas.
Estos hallazgos generan cuestiones importantes para ejecutivos, funcionarios públicos y analistas. La primera tiene que ver con el interés de las empresas occidentales en cortar lazos con una economía, la rusa, cuyo valor asciende a 1.7 billones de dólares. Aunque ahora mismo Rusia es un paria internacional, no es seguro que lo siga siendo para siempre. La tentación de hacer negocios en la undécima economía más grande del mundo no desaparecerá.
¿Por qué demoran tanto las empresas occidentales en irse? Antes de denunciar la lentitud de cualquiera de ellas, hay que recordar que los procesos de desinversión están llenos de obstáculos y demoras, incluso en el mejor de los tiempos; y en este caso, el gobierno ruso ha tomado medidas para desalentar o incluso impedir la desinversión.
Por ejemplo, decretos presidenciales publicados entre agosto y octubre de 2022 hacen que para varias empresas extranjeras, completar la desinversión sea técnicamente imposible. El decreto de octubre prohíbe a 45 bancos extranjeros deshacerse de activos rusos sin autorización personal del presidente Vladímir Putin. Cualquier evaluación imparcial de lo sucedido debe tener en cuenta estas complicaciones.
Al mismo tiempo, la falta de más desinversiones hace pensar que además del sólido argumento moral para desinvertir, las juntas directivas están teniendo en cuenta otras consideraciones importantes con incidencia sobre sus responsabilidades fiduciarias. Hay que ver si es posible reforzar el argumento moral para que prevalezca sobre esas consideraciones.
Hay que señalar una vez más la existencia de muchos parecidos con el debate que hubo en torno de la desinversión en Sudáfrica en los años setenta y ochenta. Entonces, lo mismo que ahora, muchos temían que muy pocas empresas se fueran del país voluntariamente. Aunque en este caso no hubo una invasión, los países occidentales también llevaron adelante una campaña de presión activa.
Todo esto nos lleva a la pregunta más importante: ¿hasta qué punto los directivos de las empresas están alineados con las autoridades occidentales que han decidido el desacople? Si lo están, tanto como dicen estarlo, entonces parece haber cierta divergencia entre los deseos de las autoridades y la capacidad real de las empresas para desinvertir con rapidez sin sufrir pérdidas inmensas.
Ya ingresando al segundo año de la agresión rusa, y mientras los costos humanos y económicos no paran de crecer, toda la atención seguirá puesta en Europa del este. Pero las repercusiones comerciales y morales de la guerra y el contexto de rivalidad geopolítica permanente que representa se sentirán en todo el mundo.
Los autores
Simon Evenett es profesor de Economía en la Universidad de San Galo.
Niccolo Pisani es profesor de Estrategia y Negocios Internacionales en el Instituto Internacional de Desarrollo de la Administración en Lausana, Suiza.
Traducción: Esteban Flamini
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