una estrella que no se apaga
Hay bendiciones que no se alcanzan a dimensionar en el momento presente, solamente con el paso del tiempo, cuando tomamos perspectiva de las cosas.
Haber tenido dos Papas durante casi 10 años ha sido histórico e inédito. Como todos los misterios de Dios, ha sido un don muy grande, un regalo extraordinario de la Divina Providencia que no resultó ninguna casualidad en un momento crítico cuando la Iglesia ha necesitado de dos pilares humanos tan sólidos para enfrentar enormes desafíos terrenales y espirituales.
Dios conoce nuestras necesidades mejor que nadie y nunca nos abandona. Quizás por eso, ha permitido que dos pastores en sintonía, guiaran a la Iglesia, uno totalmente visible y cercano a muchos y el otro invisible para muchos pero indispensable para sostener lo que ha sido, es y será fundamental en nuestra fe.
Todo los días en mi rezo del santo Rosario, en el tercer misterio he meditado y agradecido a Dios el milagro que nos ha dado durante estos años al permitir la presencia de dos Papas, el Papa Emérito Benedicto XVI que en su silencio y oración ha sostenido a la Iglesia y el Papa Francisco, que con su testimonio de amor y cercanía con todos testifica y vivifica el Evangelio para hacerlo más cercano y accesible a todas las personas de buena voluntad.
Cuando el Papa Benedicto XVI anunció su renuncia en febrero de 2013, muchas fueron las reacciones y las criticas fruto de la incomprensión de un corazón enormemente grande y profundamente humilde. El Papa Benedicto XVI fue un hombre fuera de serie, injustamente comparado y tristemente incomprendido. Pero él precisamente nos enseñó que esto no importa en el plano material cuando se tiene la certeza de a Quién se sirve con la propia vida. Muchas veces desde el silencio y lejos de cualquier reflector.
Entonces escribí en estas páginas “Benedicto XVI: grandeza en la humildad” para reconocer el testimonio de un hombre que nos dio una enorme lección de vida y liderazgo. Al reconocer las razones por las que debía apartarse de su ministerio, el Papa demostró que ese poder al que el ser humano aspira tanto (y vaya que un Papa lo tiene hasta su muerte “Yo te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra, será atado en los cielos; y lo que desates en la tierra, será desatado en los cielos.” Mateo 16:19) pasaba a segundo plano porque más importante fue ser siempre fiel a su conciencia y abrir paso a que alguien más guiara a la Iglesia cuando por motivo de edad avanzada él ya no podía seguir ejerciendo adecuadamente el ministerio encomendado.
Qué importante escuchar sus palabras de aliento cuando parece que el mal avanza y gana todas las batallas. Qué importante confiar, como él lo hizo, en el poder de Dios y sobre todo, saber que, sobre todas las cosas, tal como lo escribió tantas veces, “Dios es Amor”. No olvidemos estas palabras tan sabías y oportunas que nos deja para seguir viviendo con sentido y esperanza: “Ciertamente, el poder de Dios obra silenciosamente en este mundo, pero es el poder verdadero y duradero. Una y otra vez, la causa de Dios parece estar en su agonía. Sin embargo, una y otra vez demuestra ser lo que verdaderamente perdura y salva”.
Su legado es tan grande, que resulta difícil cuantificar y dimensionar en unos cuantos renglones todo lo que nos deja. Sus tres encíclicas “Deus caritas est” (Dios es amor), sobre el amor y la caridad eclesiástica; “Spe salvi” (Salvados en la esperanza), sobre la esperanza cristiana; y “Caritas in veritate” (Caridad en la verdad), de carácter social, son luz en un mundo que suele ensombrecerse por tantas malas noticias. Sin embargo, el espíritu de nuestro querido Papa Emérito, brilla y brillará a través de sus palabras y su legado. No me cabe la menor duda que será Beato y proclamado Santo en un futuro cercano.
A los jóvenes nos deja un mensaje que debemos repetir y replicar con la pasión que él lo hizo y sin miedo a Amar y dar testimonio de la Verdad que da sentido a nuestra vida y dará sentido algún día a nuestra muerte. “Queridos amigos, que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra.”
Al Papa Benedicto XVI siempre lo recordaré por la Esperanza que infundió en mí, no sólo con su maravillosa encíclica “Spe Salvi” pero sobre todo con su testimonio de fe y de vida inquebrantable hasta el final. Compartimos la certeza en que “La luz de Dios existe, que Él ha resucitado, que su luz es más fuerte que cualquier oscuridad; que la bondad de Dios es más fuerte que todo el mal de este mundo.”
Al final de esta gran encíclica, el Papa Benedicto XVI nos recordó: “Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía.”
Gracias Santo Padre, por haber sido estrella en la vida de tantos y por iluminar nuestra travesía durante todos estos años. Lo extrañaremos pero desde ahora, confiamos en que tenemos un intercesor más en el cielo. Descanse en Paz eternamente.
Armando Regil Velasco es Presidente Fundador del Instituto de Pensamiento Estratégico Ágora A.C. (IPEA).
Twitter: @armando_regil