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Así son mis aventuras al visitar el supermercado en tiempos del coronavirus

Así son mis aventuras al visitar el supermercado en tiempos del coronavirus

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He trabajado home-office desde hace dos años y no me costó tanto trabajo adaptarme a no salir de casa durante esta contingencia sanitaria que estamos viviendo, pero cada vez se incrementa más el miedo al contagio, que ya no sé si es histeria colectiva o enojo social, y por eso trato de no salir a la calle.

Sin embargo, no salir es prácticamente imposible porque debo abastecerme de alimentos y mi abuela, de 76 años, no tiene por qué arriesgarse, así que su lacaya (yo) debe arriesgar el pellejo a veces; incluso, nomás porque se le antojaron unos mazapanes.

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Sin embargo, mi vida no es tan mala comparada con la de millones de ambulantes que no tienen de otra que salir a las calles a ofrecer su producto porque, si no, su familia no come.

Según la Cámara de Comercio de la Ciudad de México y el departamento de Ciencias y Humanidades del Instituto Tecnológico de Monterrey, 19 millones de mexicanos se dedican al comercio informal. Este sector crece anualmente un 13 por ciento, mientras que el comercio establecido un 9 por ciento, así que ya te imaginarás cuántos ciudadanos la están pasando más negra que uno.

No hace falta ser experto para saber cuánto impactará la pandemia a este país en desarrollo, pues miles de negocios cerraron y no volverán a abrir, además de que los precios de todos los productos están comenzando a subir, como si se tratara de una competencia.

Por ejemplo, el huevo se disparó y antes una caja de 30 piezas que le servía a mi familia, integrada por cuatro personas, para desayunar una semana y que costaba 35 o 40 pesos, ahora está en 70.

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Las despensas semanales, aun comprando productos de marca libre (o sea la más barata), costaban entre 450 o 500 pesos, y ahora esa misma cantidad te sirve para la despensa de dos o tres días a lo mucho. Te juro que no es broma; ya escuché a dos personas salir y decir: ‘Pasumecha, fueron 400 pesos nada más por esto’.

Además de los exorbitantes precios por la pandemia, también nos tenemos que enfrentar cada que salimos a la gente inconsciente que va sin cubrebocas por la vida y se acerca sin ningún temor al contagio.

Así que, sin más, te contaré algunas anécdotas de mis muchas expediciones a La Gran Bodega de Misiones de San Francisco, que está a dos calles de mi casa, que tuve que hacer porque a mi querida abuelita se le antoja algo o simplemente aprovecha que salgo a hacer el recaudo y hace sus pedidos.

En un principio la gente seguía sin hacer caso y, al menos en mi colonia, la mayoría de los que me encontraba en la calle hasta me veían raro por usar cubrebocas, así como pensando ‘pobre loquita que se deja manipular por el sistema’, pero lo cierto es que hasta el día de hoy La Gran Bodega ya no deja entrar a los clientes sin mascarillas.

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De hecho, me he chutado algunos shows en la entrada cuando me están poniendo gel antibacterial y las personas molestas, porque se les impide el acceso si no llevan cubrebocas, reclaman su derecho a entrar y aseguran que la empresa no puede capitalizar este hecho, ya que les sugieren comprar mascarillas que la misma empresa vende sueltas a cinco pesos para poder acceder.

Probablemente tengan razón estos pobres individuos, pero no me voy a parar a explicarles que deben comprender que en una emergencia sanitaria no se trata de consumismo, sino simplemente de conciencia social.

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Hay gente a la que le vale lo que le diga el guardia de la entrada, porque ya solo dejaban pasar a una persona para comprar, pero la empresa terminó cediendo, pues muchísimos clientes se hacían los desconocidos en la entrada y ya adentro se sabía que eran familia u otros que, de plano, se metían a la fuerza.

Bueno, pues en una de mis travesías al supermercado, enfrenté mi mayor temor que no sabía que tenía hasta que ocurrió: Una chica venía frente a mí en el pasillo de productos para la limpieza y justo cuando estábamos a escasos centímetros de distancia, la joven estornudó y yo casi me desmayo a pesar de que ambas portábamos mascarillas, pero es que el solo hecho de pensar que tuviera COVID-19 me estremeció porque juré que las partículas del virus se quedaron flotando y se adhirieron a mí, ya que no salí corriendo hacia el lado contrario para evitar el lugar del incidente; yo visualicé mi muerte en menos de un minuto.

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Antes de comenzar a escribir mi testamento en el que heredaría más deudas que bienes y donde delegaría la responsabilidad del cuidado de mi perrita Morenita, me puse a pensar ¿cuántos estarán igual que yo? Viendo pasar el tiempo, teniendo que salir y temiendo ser contagiados en medio de miles de grupos inconscientes que, como mis vecinos que a la de a hue… celebraron su cumpleaños en plena pandemia, son rebeldes sin causa y odian acatar las reglas, ¿será por esa falta de disciplina que nuestro país no avanza?

Yo ya no sé a qué le temo más, si a enfermarme de COVID-19 o a enfrentar la desoladora recesión económica y ser pobre sin tener otra cosa para dar, pero allá, tal como aquí, en la boca llevaré el sabor de la que me estornudó en la cara o ¿cómo dice esa canción?

Portada e interiores: Unsplash