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una elección ganada y una batalla cultural en vilo

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La Gran Carpa

Los números parecen sencillos. En la segunda vuelta de las elecciones en Brasil, el candidato de izquierda, Luiz Inácio Lula da Silva, Lula, superó al presidente que buscaba la reelección, Jair Bolsonaro, por dos millones de votos, un porcentaje apretado de 1.8 por ciento. Y sin embargo las categorías izquierda y derecha no acaban de explicar el complejo lienzo electoral que puede describir a la sociedad brasileña.

Por una parte, el regreso milagroso -de la tumba, como él dijera- del expresidente Lula para ganar una tercera elección. Y, por otra, la consolidación de Jair Bolsonaro, como el líder indiscutible de la derecha, un agrupamiento en el que cabe exactamente la mitad de los electores brasileños.

El hecho mismo de la candidatura del ex Presidente, Lula da Silva, es un reconocimiento de que solo una figura como la de él podría derrotar al Presidente en funciones, no nada más por el poder y la exposición que da ser el titular del Ejecutivo sino porque Bolsonaro ha logrado despertar pulsiones rupturistas que dormían en el alma de muchos de sus seguidores. La candidatura de Lula fue en sí un reconocimiento de una nueva realidad política y de la fragilidad de la joven democracia brasileña.

Bolsonaro no es un conservador al modo antiguo, no es un derechista de escapulario, rosario y rezos a la Virgen. El ex militar es más bien un insurgente al estilo Trump, por cierto, su gran inspirador. Sus valores son los valores aparentemente tradicionales de “Dios, Patria y Familia” —a los que agrega “Libertad”—, pero ahora revestidos de desplantes de machismo trumpiano. En vez de una procesión cargando a la Virgen, una manifestación de cientos de motociclistas tripulando Harley Davidsons, con Bolsonaro a la cabeza. En vez de veladoras y rosario, pistolas y rifles recién liberados bajo su gestión con los mismos argumentos de la National Rifle Association, NRA. Resta su alianza con el agronegocio, actividad cuya importancia ha crecido en Brasil debido a la “enfermedad holandesa”: la creciente desindustrialización del país, herencia de la década de altos precios de las materias primas. Esta alianza es una de las causas principales del aumento desmedido de la deforestación en la Amazonia.

De tal manera que sobre la categoría “derecha”, hay que sobreponer las de movimientos identitarios a los que les importa menos los resultados de la gestión desastrosa del presidente y más el sentirse representados en esa insurgencia rupturista.

Frente a todo eso, crece la proeza de la alianza encabezada por Lula da Silva, de lograr derrotar al trumpismo brasileño. Triunfó pero en condiciones muy acotadas. El bolsonarismo capturó el 38 por ciento de la Cámara de Diputados frente al 24 por ciento de la coalición lulista; también están en minoría en el Senado. En la Cámara de Diputados queda el llamado centro que se inclina más hacia Bolsonaro pero cuatro años del PT en la Presidencia, son un buen incentivo para negociar. El panorama en las gubernaturas es más equilibrado, con todas las principales fuerzas presentes en uno o más estados.

Lo apretado del triunfo y su minoría en el Congreso obligará al PT a aceptar correrse al centro y llevar a cabo una política económica más ortodoxa, como sucedió en el 2003, primer año de su primera presidencia. De hecho ya lo había aceptado al darle la Vicepresidencia a Geraldo Alckmin, figura tradicional del centro derecha, con gran arraigo en el estado de São Paulo, uno de los motores económicos de Brasil. Es posible que Lula compense esta moderación obligada, con una política exterior muy activa y un tanto más de “izquierda”.

Así como el mundo respiró aliviado cuando triunfó Biden, muchos descansamos al conocer los resultados electorales y confirmarse el triunfo de Lula. Un hecho poco conocido es que Brasil es la cuarta democracia más antigua. Que lo siga siendo: un Brasil democrático y próspero es bueno para los brasileños y para el mundo.

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